El desarrollo motor
Esta es una etapa muy rica en la adquisición de habilidades psicomotrices. La palabra “psicomotriz” supone dos dimensiones estrechamente relacionadas: el desarrollo de la motricidad humana no puede acontecer fuera de los vínculos humanos, aunque tampoco sin el crecimiento de huesos y músculos. El cuerpo en el niño/a pequeño es un vehículo y un medio privilegiado para la expresión de sus emociones y su estado de ánimo. Va aprendiendo a controlar su cuerpo y aumentan la capacidad de gobernarlo.
Se ha denominado a esta fase con el nombre de “edad de la gracia” por la exquisita soltura, espontaneidad y gracia de los movimientos infantiles. El niño/a imita con desenvoltura a los demás y acompaña sus gestos con palabras; expresa sin ninguna inhibición sus sentimientos. Es una edad de exuberancia motriz y sensorial.
A medida que van adquiriendo mayores habilidades físicas van teniendo más confianza en sí mismos. Hay situaciones placenteras que el niño/a va descubriendo mientras aprende a gobernar su cuerpo. Entre otras está el placer de empujar, el placer de la rotación, el placer de conquistar la altura, el placer de andar y correr.... Para que todas estas adquisiciones se puedan ir dando y consolidando es prioritario que los padres/madres respeten el ritmo del niño/a. No hay que forzarlo ni meter prisas. Sin embargo, tampoco hay que negar las dificultades si éstas existieran.
A los cuatro años puede saltar “a la pata coja” y llevar una taza de liquido sin derramar nada; puede vestirse y desvestirse solo, aunque utilice para ello bastante tiempo, y empieza a prestar pequeños servicios en casa. Comienza a dibujar, aunque muchas veces no se puede reconocer lo dibujado; puede manejar las tijeras y se entretiene recortando papeles.
A los 5 años sigue ganando en soltura, agilidad y rapidez. Les gusta trepar, correr, bailar, saltar, brincar, y también columpiarse. La mayoría ha adquirido ya un buen control de su cuerpo y gozan ejercitando sus habilidades. Se meten a propósitos en cosas cada vez más difíciles, como subirse a los árboles cada vez más altos y hacer equilibrio en muros cada vez más altos, para que aumente la emoción. Se puede interpretar el placer que sienten al estar en sitios altos como un sentirse grandes, alcanzar la altura de los adultos e incluso sobrepasarla.
Durante el sexto año tiende a desaparecer esta espontaneidad como si la necesidad de ser querido y admirado fuese dejando lugar a la de sentirse valioso; como si en lugar de buscar un público que lo alabe necesitase rivales con los que medirse.