
Asunción de riesgos y aceptación del error
Introducción
Para empezar a reflexionar sobre esta competencia haremos un breve repaso por la primera etapa del desarrollo del bebé. De cómo el niño y la niña puedan ir gestionando sus emociones y relaciones en los primeros años va a depender su capacidad para asumir el riesgo y la aceptación que pueda tener de los errores que cometa.
Durante los primeros años de vida de un ser humano se sientan las bases para todo su desarrollo futuro; es en estos primeros momentos cuando se establecen los aprendizajes y las estructuras sobre las que se desarrollará el resto de las experiencias vitales.
Es en el primer año de vida en el que se registran cambios mucho mayores que los que se producirán en cualquier otro año de la vida del niño/a.
El nacimiento constituye un choque brusco para el bebé, se da un gran cambio en su entorno vital.
Para comprender lo que el niño/a experimenta en este primer contacto con el mundo exterior podemos imaginar que de repente nos trasladáramos a un planeta desconocido. Allí no conocemos a nadie y todas las cosas son nuevas e increíblemente extrañas. En estas circunstancias nos gustaría tener a nuestro lado, alguien que nos quisiera y estuviera dispuesto a enseñarnos cómo sobrevivir y cómo ser plenamente feliz, “nuestro guía de viaje”.
El recién nacido está provisto de ciertos mecanismos sensomotores para reaccionar, pero depende totalmente para su supervivencia de las personas que lo rodean.
Para el bebé no hay diferencia entre lo que es él, lo que sucede en él, y lo que no es él y está fuera de él.
Además, en un principio todas las sensaciones que percibe no tienen para el niño/a sentido alguno, porque por su falta de experiencia no significan nada. Son recibidas de forma pasiva.
Poco a poco, debido a la repetición de situaciones siempre iguales, se va iniciando un esbozo de organización. Estas situaciones que se repiten están relacionadas con la satisfacción periódica de las necesidades del bebé (alimento, aseo, seguridad....)
Cuando las cosas suceden de forma habitual, se confirman sus expectativas; esto le produce sentimientos de seguridad, que junto a la satisfacción que le procuran tales experiencias, contribuye a que experimente un matiz de integración, de no disociación. Gradualmente, las impresiones placenteras ligadas a la situación de alimentación (ser bien tenido en brazos, escuchar sonidos armónicos y palabras cariñosas...) van creando nuevas expectativas y nuevas necesidades que se van separando progresivamente de la necesidad concreta y propia del alimento.
Pero si los elementos iniciales no van seguidos de la secuencia que empezaba a resultarle familiar el niño/a ante la frustración, puede volver a la incoherencia o al caos. Lo que empezaba a tomar sentido se le puede volver angustioso o provocarle inseguridad.
A partir de estas vivencias por parte del niño/a, se empieza a esbozar la diferenciación entre lo que es “el yo” que procede de él mismo, y lo que “no es el yo” que procede del exterior. Poco a poco se va dando cuenta de qué es lo que le pertenece y lo que es diferente y separado de él mismo. Cabría afirmar que este es el comienzo de lo que sería la consciencia, producida por la alternancia entre la ausencia-insatisfacción y el reconocimiento de las situaciones familiares-satisfacción.
El niño/a necesita entonces, alguien en quién creer que le ofrecerá un ambiente de confianza. Alguien que contribuya con sus cuidados y su protección a ordenar y simplificar un mundo que en principio le resulta demasiado confuso y complicado.
Los niño/as pequeños al ir creciendo, desarrollarán un sentido duradero de en qué medida el mundo es digno de confianza o desconfianza. Erikson, definió este concepto como "confianza básica", satisfacción de las necesidades básicas del niño/a por medio de la ternura, la comodidad y el alimento. El apego o vínculo afectivo se establece satisfaciendo la necesidad de caricias, una adecuada alimentación e higiene y una óptima calidad de comunicación a través de gestos, sonrisas y vocalizaciones afectuosas.
Si este vínculo se establece, se podrán convertir en niños y niñas capaces de confiar en el futuro y establecer relaciones intimas satisfactorias; de lo contrario, puede predominar la desconfianza y ver el mundo como algo hostil y caótico; asimismo, pueden desarrollar dificultades en sus relaciones interpersonales.
Además de la confianza básica, aparecerá también la empatía; conceptos muy relacionados entre sí.
Empatía es identificarse emocionalmente con otra persona, entender y sentir sus sentimientos. En todas la relaciones interpersonales, pero especialmente en la educación de los hijos e hijas, un buen nivel de empatía o sintonizar emocionalmente con el niño o la niña es indispensable. De una buena empatía que se concreta en reconocer los sentimientos de los demás, consolar, animar, felicitar, apreciar, salen grandes valores para los hijos. Las primeras lecciones de empatía las reciben de sus padres.
También es importante para la empatía, la manifestación adecuada del lenguaje corporal.
El apego establece un modelo de relación que va a condicionar las relaciones futuras a lo largo de su vida.
En la evolución del apego, el niño/a experimenta primero una fuerte dependencia para luego pasar a una saludable independencia, lo que le permitirá ser una persona autónoma con buenos lazos afectivos con otras personas.
Será capaz de independizarse por periodos cada vez más largos si la persona de apego demuestra ser confiable, es decir, ser predecible en todo momento y en cualquier situación, de lo contrario el comportamiento exploratorio tan necesario para el aprendizaje se puede paralizar o obstaculizar por causa de la ansiedad que provoca el comportamiento cambiante de la persona de apego.
En la vida real es inevitable que el bebé, en muchos casos, al sentir hambre, deba esperar algún tiempo la llegada de su alimento.
Estas situaciones son necesarias para el bebé. Si la madre o el padre lo satisficiera de inmediato y en todo, nunca podría aprender que hay un mundo exterior a él, y su psiquismo no maduraría adecuadamente.
Si las experiencias placenteras superan a las frustraciones, el niño o la niña se siente seguro y protegido, es feliz. Es como si sintiera que todo lo “displacentero” ha quedado lejos de él. Por el contrario, si las experiencias desagradables superan a las satisfactorias, la angustia del niño/a debida a esta situación es muy intensa y el desarrollo normal puede verse obstaculizado.
Cada bebé posee congénitamente una capacidad propia para soportar la espera y la llegada del alimento. Por ello, es importante que los padres/madres desarrollen una buena y flexible capacidad de adaptación frente a la peculiar naturaleza que pueda presentar cada uno de sus hijos/as.
A modo de resumen cabría afirmar que las primeras experiencias que tiene un niño/a en la familia contribuyen a formar su manera de situarse y relacionarse con el mundo. Esta manera estará determinada por la calidad de las experiencias emocionales: el cómo se le ha ayudado a elaborar las ansiedades, cómo estas han sido contenidas y cómo han entendido los padres/madres sus necesidades.
odo esto formará en el hijo/a un sentimiento de confianza básica, algo esencial para la salud mental y la capacidad para aprender. Es la confianza básica la que ayuda a tolerar el sufrimiento y la frustración, y permite volver a probar, a adquirir habilidades nuevas...